domingo, 11 de agosto de 2013

De una tortilla de patatas indomable que quiso llamarse “Huevos Locos”


Hoy he llevado a cabo un ejercicio del tipo “maniobras militares” encaminado a combatir la notalgia que en ocasiones (muchas) asoma por la ventana de la buhardilla que habito. No puedo remediar mirar hacia el sur y pensar en que allá, más bien tirando a lejos, a casi dos mil kilómetros están muchos de los míos, mi tierra y, en definitiva, mi hogar.

Acaparar más “Heimweh” (añoranza, o literalmente, dolor de hogar, como dicen por aquí) de la que uno se puede hacer cargo no tiene que ser sano. Por tal motivo, y por otros que ahora no vienen a cuento, esta mañana me propuse hacer una auténtica tortilla de patatas. Una tortilla española.
 
 
 

Tenía los ingredientes: aceite (Öl se empeñan en llamarlo por aquí, por mucho que éste haya venido directamente del Mercadona de Santa Pola), die Eier (los huevos, que decimos en España), die Kartoffeln (las patatas, obviamente), Salz (está claro, la sal) und Knoblauch (ajo, que aunque no toma parte en la tortilla, estaba por aquí y quería figurar. Como está constituido por dientes, le gusta mostrar la sonrisa cada vez que tiene ocasión). Quisiera puntualizar que tomar la foto a los ingredientes no ha sido una tarea fácil. Más que nada porque los huevos no se estaban quietos. Voy a tratar de explicarme. Resulta que la buhardilla que ocupo manifiesta una ligera inclinación descendente hacia el norte, motivo suficiente al parecer para que die Eier (los huevos) se mostrasen intranquilos y deseosos de movimiento. He pasado un mal rato, lo admito. Casi me he dado por vencido, pero finalmente las patatas se han hecho cargo de la situación y han conseguido que los huevos entrasen en el juego (o en la foto, mejor dicho).
 
 
 

El resultado (estéticamente hablando), como podéis comprobar, no ha sido el que cabía esperar. Esta tortilla podría haberse llamado perfectamente “Huevos Locos” o “La Tortilla Indomable”. Claro que deberíais haber visto la sartén “ultra-adherente” con la que he cometido (o perpetrado) este guiso... Reconozco que pensé que podía haberlo hecho mejor. Pero en realidad me da absolutamente igual. La idea no era esa. Lo que pretendía era acercarme, en la medida de lo posible, y desde un punto de vista emocional, a todo aquello a lo que añoro.

El hecho de preparar una tortilla de patatas me ha conectado directamente con mi hija Paula. Ella solía decirme que hacía las mejores tortillas de patata del mundo. Claro que eso era cuando me quería... Yo siempre la creí. No que hiciera las mejores tortillas del mundo, sino que para ella lo fuesen. Sé que hablaba en serio. También me he sentido emocionado al pensar en mis padres y en mi hermana. La tortilla de patatas de mi madre. A ella siempre le salen buenísimas y estéticamente perfectas. Igualmente he tenido tiempo para acordarme de todos los familiares y amigos con los que he compartido un pincho de tortilla (o cualquier otra exquisitez) en estas últimas décadas... A todos vosotros quisiera deciros que os quiero y que os echo muchísimo de menos. No podéis imaginar cuánto. Pero esto es así, y hay que ganarse la vida allá donde a uno se lo permiten y donde le dan la oportunidad.

Sé de buena tinta que una cuestión ronda por vuestras cabezas. Que cómo estaba la tortilla, ¿no? Pues bien, aún no la he probado. Estoy esperando a que vuelva la currante de la casa para compartir, como venimos haciendo en los últimos meses, todas las penas y alegrías con ella.
 
 

4 comentarios:

  1. Me gusta. No había entrado en tu nuevo blog hasta ahora. Ta luego.

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  2. El mérito es incuestionable, sin duda. Como lo es que hayas compartido tu experiencia culinaria en unos momentos tan difíciles. Pero dónde has puesto la cebolla? Los teutones no usan cebolla? Una tortilla sin cebolla es como un jardín sin flores! ... Como dije antes, tienes mérito, y humor. Pero tengo alguna "ligera" idea de lo que se siente cuando eres "expulsado" del sitio al que perteneces. La cuestión del tiempo que necesitas para superarlo y volver a encontrarlo, eso ya cuestión de cada uno. En fín, que no me como esta tortilla porque no tiene cebolla, ea.

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  3. Yo secundo a María : ¿dónde estaba esa cebolla?. Espero que igualmente os supiese bien, a vuestra tierra conocida.
    Un saludo desde la otra tierra que estáis conociendo: la adoptiva.

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  4. Miguel, yo también me acuerdo mucho de ti. Y aunque no sea mucho de meterme en fogones para escribirte mientras me preparo un bollo suizo, que sepas que cuando veo una ensalada de tomate, un plato de pasta a la carbonara o un solomillo al roquefor me acuerdo del compañero de piso que tuve.
    Siento muchísimo que Paula haya perdido el apetito, esta en una edad difícil, pero seguro que un día volverá a chuparse los dedos con una de esas tortillas ...aunque no lleve cebolla (pero Miguel, por Dios!).
    Un abrazo.
    Joaquin.

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