domingo, 27 de octubre de 2013

De ciclos y cambios


Una vez (tal vez dos, a lo sumo tres) escuché decir que lo único constante es el cambio. No recuerdo bien dónde, ni a quién. No sé si fue Aristóteles el que lo dijo por vez primera, pero lo que sí puedo afirmar es que a él no se lo oí pronunciar directamente. De eso estoy casi seguro. Es más, diría que me enteré a través de terceras personas. Supongo que debió de ser en el instituto o en algún bar, que son los sitios donde se aprenden este tipo de cosas.

En realidad hoy no tenía la menor intención de hablar de filósofos griegos, materia de la que por otra parte no tengo gran idea, ni de bares (qué lugares) españoles, cuestión en la que estoy algo más impuesto, y donde el saber (y el sabor) se ingiere en vasos de a un tercio, mientras se practica la barra fija o el baile introspectivo, facetas de las que en próximas ocasiones quizás llegue a contaros algo más.
 
 

Hoy quería hablar de ciclos y cambios, y para ello pensé que sería muy apropiada la imagen de una bicicleta. No se me ocurre mejor forma de ilustrar el momento vital por el que atravieso que con esta bicicleta que sostiene una pared. Todo en la imagen evoca al cambio. El otoño, y con él el paso del tiempo, sugerido a través de la coloración de las hojas. Las ruedas que giran sobre sí mismas y a su vez permiten el movimiento de quien conduce. E incluso la propia pared del edificio, que ya va pidiendo a gritos un cambio de look.

La cuestión es que, entrando de una puta vez en materia, resulta que nos mudamos. Pero no en diciembre, como preveíamos, sino más bien YA. En un par de días, o sea tres, para ser más precisos. Hemos acabado una etapa y empezamos otra. Llegamos aquí hace cinco meses, arrastrando una maleta cargada de sueños, entusiasmo y esperanzas (y muchas horas de aprendizaje de alemán, eso creo que hay que decirlo). Durante estos meses hemos habitado una buhardilla doblemente abuhardillada, que ahora, al mirar alrededor y observarla con los ojos de quien contempla parte de su pasado inmediato, tomo conciencia de que el sacrificio y las renuncias por las que hemos tenido que transitar empiezan a dar su fruto. Un fruto pequeño, si se quiere, que de momento no es más que simiente, pero que a buen seguro acabará floreciendo.

Sois muchos a los que sigo echando muchísimo de menos. Mis amigos, mi familia, mi Paula. Cada vez que escribo, mis dedos lloran las palabras que leéis. Dentro de un mes y cuatro semanas nos veremos de nuevo. Mientras tanto, si no os importa, os llevo conmigo a nuestro nuevo hogar. Es pequeño, pero muy acogedor.