martes, 11 de marzo de 2014

Crónicas de una inmigración anunciada


Esta historia que os voy a contar es la mía. O mejor dicho, la nuestra. Vamos, la de mi familia. Como tantas otras que he escuchado a lo largo de estos últimos meses, no habla de ni de grandes gestas, ni de magnas hazañas. En ella no aparecen intrépidos protagonistas que derrotan a legendarios dragones, ni príncipes que se baten en duelo con abyectos villanos, jugándose el pescuezo para rescatar princesas durmientes o dormidas, que para el caso, lo mismo es. No negaré que, a mi parecer, algo de heroico contienen estas páginas. Todo lo heroico que pueda suponer seguir luchando en la batalla del día a día. Todo lo osado que pueda resultar no rendirse jamás ante la adversidad, y todo lo delirantemente hermoso que subyace en el hecho de aprovechar cada bache en el camino, cada desafortunada caída o cada lamentable accidente, para respirar hondo, tomar impulso y levantarse con más empeño y toda la determinación de seguir adelante sin echar la vista atrás. Bueno, en todo caso quizás mirando de vez en cuando, pero siempre a través del retrovisor. Todo esto y más lo podréis descubrir y juzgar vosotros mismos más adelante. Para ello os invito a que sigáis leyendo.

Todo empezó hace mucho, mucho tiempo. Primero fue el Big Bang, y luego hubo algo que los científicos convinieron en llamar "Sopa Primigenia", a la que apenas existen probabilidades de que denominaran de ese modo por el asombroso parecido que hubiere presentado con un nutritivo caldo que acostumbrase a guisar una tal "prima Eugenia" de alguno de los científicos presentes en aquel entonces. Pero como no me quiero desviar del asunto que nos ocupa y dado que la historia que pretendo narrar no data del Pleistoceno, sino que más bien se enmarca dentro de un período bastante más reciente, vamos a adelantar unos cientos de miles de millones de años para centrar un poquito más el tema. Comencemos pues, esta vez ya sí.
 

 

2012 y 2013 no son precisamente años que se van a recordar con especial cariño en el seno de nuestra familia. Mi padre solía decir aquello de "cuando la fortuna te dé la espalda, aprovecha para darle una colleja". Pues bien, se ve que durante esos años la fortuna debió de haberse puesto un collarín de acero. Con pinchos. Todo marchaba realmente mal, y el futuro se perfilaba de un color negro azabache oscuro, bastante más oscuro todavía que el negro azabache claro. Un día llegó papá a casa y empezó a discutir, como de costumbre, con mamá. Tardó apenas algunos minutos en comprender que ella no estaba. Esperó a que mamá llegase, y entonces inició otra discusión, diferente pero igualmente apasionada a la que había protagonizado en solitario. Os aseguro que estuvo mucho más convincente y brillante en su primera intervención, pues su oratoria es más fresca y fluida cuando no sufre las constantes interrupciones propias de un diálogo. A papá le gusta tener razón. Y eso no tendría por qué ser un problema si a mamá no le gustase exactamente lo mismo tanto como a él. Son así. Yo creo que en el fondo lo que les pierde no es saber que tienen la razón (ambos están convencidos de que así es), sino que por encima de todo, lo que les entusiasma es que el otro se la dé. Tengo la sensación de que lo practican a modo de deporte. Y son muy buenos. Realmente, si hubiera una competición de discutir, serían campeones seguro.

El caso es que papá dijo que la situación económica y laboral era malísima y que la única solución que contemplaba era la de emprender el camino de la inmigración hacia Alemania o Suiza, aunque para ello fuera imprescindible aprender previamente alemán. Papá aseguró que iba a aprender alemán en unos meses. Y cuando papá promete que va a hacer algo, lo hace. O al menos eso dice él. Y en parte es verdad, porque una vez decidió que iba a dejar de fumar y lo consiguió. Pero por otro lado, hace meses que no deja de decir que va a llevar a mamá a IKEA, y eso todavía no ha sucedido. A veces creo que papá es un ser tremendamente complejo y contradictorio, pero sé que si se lo dijera se sentiría muy orgulloso de mí y a la vez sumamente halagado. Además, seguro que aprovecharía la ocasión para contarme una historia sobre la complejidad y dicotomía polar del ser humano, con datos, estadísticas, y montones de argumentos demoledores y convincentes. Y eso es algo que no lo quisiera yo de momento por nada del mundo.

Mamá se quedó durante unos instantes sin palabras, cosa muy inusual en ella. De hecho, papá se preocupó muchísimo, pues según él, el día que mamá no diga nada será el principio del fin del mundo. Aunque yo creo que cuando dice eso emplea de manera algo zafia y poco sutil la ironía. Al cabo de unos minutos, cuando mamá recuperó el habla y por fin la discusión pudo seguir su curso natural, mamá puso el grito en el cielo al interpretar erróneamente, tal vez presa de los nervios y la angustia, que Suiza quedaba enclavada en la península de Escandinavia, entre Noruega y Finlandia. A mamá es que le preocupa muchísimo pasar frío, casi tanto o más que meter la cabeza debajo del agua. Pero éste es un tema del que ya hablaremos en otra ocasión, si es que procede. Tras subsanar el malentendido y localizar en un mapa de Europa la ubicación exacta de Suiza, mamá se tranquilizó un poco, aunque no del todo, pues aprender alemán era una idea que no terminaba de ver de un modo, digamos, tentador.

Pasaron unos pocos meses. Papá cumplió (esta vez sí) su promesa, y con su alemán de andar por casa se dedicó a enviar currículums, cartas de presentación y dossiers con su trabajo realizado a cientos de empresas que ofrecían puestos de empleo tanto en Suiza como en Alemania, postulándose como candidato a ocupar los mismos. La verdad es que papá no lo reconoce con facilidad (mejor dicho, papá no reconoce nada, ni con facilidad ni sin ella), pero aprender alemán como lo hizo, es decir, de manera autodidacta, en casa, y en tan poco tiempo, le sentó muy pero que muy bien, tanto para mantener la cabeza ocupada y alejada de las innumerables preocupaciones que en aquel momento lo atormentaban, como sobre todo para recuperar su ya algo deteriorada autoestima. Durante este tiempo de impás, incertidumbre y zozobra, hablaron muchas veces largo y tendido sobre lo absurdo y penoso de una situación tal que estaba obligando a gente preparada como ellos, con estudios superiores, titulación universitaria, y una gran experiencia laboral a abandonar su casa, su tierra y a su gente, en busca de un nuevo hogar, lejos de todo aquello a lo que pertenecían y de todo lo que consideraban como propio y cotidiano. Pero como dice papá, no elegimos aquello que nos toca vivir, pero sí el modo de afrontarlo. Por mucho que eso lo haya debido de escuchar en cualquier película o leído en algún libro y lo quiera hacer pasar como suyo, la verdad es que no deja de ser menos cierto. Eso hay que reconocerlo.

El caso es que, a finales de abril de 2013, y tras haber recibido un montón de respuestas negativas, papá descubrió que desde una de las empresas a las que había enviado su candidatura mostraban un cierto interés en conocerle. Es poco frecuente en papá, pero incluso él admite que debió de leer el e-mail varias veces para cerciorarse de que lo que ponía era lo que realmente creía que ponía. Cuando se hubo asegurado bien, se serenó y entonces se lo dijo a mamá. A mamá le costó más volver a mantener la calma, tras haberla perdido al recibir la noticia. Mamá es mucho más eufórica y expresiva que papá. O por lo menos se le nota más. Sencillamente creo que se deja llevar más por sus emociones y vive todo con más intensidad, lo bueno tanto como lo malo. A papá eso parece sacarle un poco de quicio, pero en el fondo debe de tratarse de una especie de envidia sana, o a lo mejor no tan sana para él. Yo, la verdad es que tanto, tanto, no puedo saber.

Papá tuvo una entrevista a través de skype, de la cuál sacó en claro varios puntos. Primero: que estaba capacitado para mantener una conversación medianamente fluida en alemán. Segundo: que le pareció entender que querían conocerle personalmente, para lo cual debía viajar en el plazo de una semana a Suiza. Tercero: que el esfuerzo y el sacrificio que había estado haciendo empezaba a dar su fruto.

Papá no se lo pensó mucho, cosa extraña en él. La verdad es que no había mucho sobre lo que meditar. Era apostar a todo o nada. Tanto el vuelo como el alojamiento durante una semana iban a resultar caros, máxime teniendo en cuenta que no le habían garantizado en ningún momento que el puesto de trabajo fuese a ser suyo, pero ¿qué otra cosa podía hacer? Al cabo de unos pocos días se presentó en la sede de la empresa. Allí se reunió con gente, visitó las instalaciones, estuvo algún tiempo siendo instruido para el posible puesto de trabajo que debía desempeñar, y por qué no decirlo, aprovechó para hacer algo de turismo por los alrededores, disfrutando tanto de la belleza del paisaje como de la bondad del clima primaveral de la zona.

Papá regresó a casa sin tener la certeza de si había sido seleccionado para el puesto o no. Pero se le notaba con un ánimo distinto al de los últimos años, como con algo más de confianza en sí mismo y seguro de que si no era ésta, muy pronto encontraría y aprovecharía otra oportunidad. La cuestión es que tanto el destino como su jefe (tiendo a pensar que fue más cosa de su jefe que del destino, aunque cada uno que crea lo que prefiera) quisieron que nuestra suerte alcanzara un punto de inflexión y que empezase a cambiar de una vez, obvia y deseablemente para mejor.

Desde finales de mayo de 2013 mi familia se trasladó al lugar donde actualmente residimos. A Güttingen, en el cantón de Thurgau (Suiza), justo a la orilla del Bodensee. Mamá y papá siguen discutiendo como auténticos campeones, en eso no han cambiado un ápice. Pero ahora papá hace reír mucho a mamá. Papá tiene esa habilidad. Inventa personajes y les da vida para gran disfrute y regocijo de mamá. Me siento muy bien cuando escucho y noto su risa. Y mamá tiene entre otras, una gran virtud. La de cuidar de papá.

Sé que ambos se han esforzado al máximo para darme la posibilidad de tener una vida mejor. Sé que ambos han renunciado a muchos sueños que persiguieron y pelearon durante años para poder disfrutar de una mínima estabilidad. Papá ha dejado el camino sembrado de dolor al tener que apartarse de Paula, su hija, mi hermanita mayor que vive en España y a la que tanto echo de menos. También ha renunciado a su profesión de arquitecto, que con tantísimo esfuerzo consiguió ejercer. Mamá también deja atrás mucho: su pasión, su trabajo y una parte fundamental de su vida, la psicología, que con todo el cariño del mundo desarrolló en el pasado y que ahora tanto añora.

Seguramente os habrá llamado la atención el hecho de que durante todo este tiempo haya estado hablado de papá y mamá, y sin embargo sobre mí no haya dicho ni una sola palabra. Esto tiene una explicación muy sencilla. Resulta que todavía no he nacido, está previsto que lo haga para finales de junio. De hecho, hasta hace un par de días, mamá y papá no sabían todavía si sería chico o chica. Pues bien, mi nombre es Sara y soy fruto del amor y de la fuerza de voluntad de mis padres. Yo me quedo con su ejemplo, el que me están dando antes de nacer. Su esfuerzo, su amor y su no rendirse nunca son un valioso legado que desde ya me pertenece. Nos vemos pronto.