martes, 30 de julio de 2013

Del valor terapéutico de la escritura y las vueltas que da la vida




 
 
 
Ayer, al llorar mis primeras palabras escritas desde hace ni se sabe cuánto, conseguí que dejaran de dibujarse esos ríos de tinta transparente que vienen brotando de mis ojos a diario ya más de un mes.

Siento mucho empezar hoy con esta lamentable metáfora, pero que haya dejado de llorar no significa que no siga estando sensible. En el blog “quemecuento” habría hablado de estreñimiento de ideas o de mente embozada. Y probablemente a continuación hubiera comparado ese atasco mental con el polo opuesto, o sea, con la diarrea creativa. Pero entiendo que en “Meine leere Regale” este tipo de expresiones no proceden, y por ello pido que no se tengan en cuenta.

En estos momentos disfruto o, más bien, transcurre el penúltimo día de mis vacaciones en mi hogar español, del cual podría sin problema caerse el calificativo. Mi hogar, a secas. Así está bien. Cuarenta metros cuadrados. Cuarenta metros cuadrados puede llegar a ser una superficie lo suficientemente grande como para hacer que uno se sienta sólo. Del mismo modo que dos personas significan, en ocasiones, el mundo entero. No puedo dejar de pensar en que la última vez que estuve aquí, antes de emprender rumbo al otro país, había dos personas más, conmigo. Ahora miro alrededor y no encuentro a nadie. Tan sólo recuerdos, el eco sordo de la soledad. El vacío que me rodea por todas partes y lo llena todo no es más que el reflejo, la proyección, del vacío que anida en mi interior.

Con vuestro permiso seguiré derramando palabras, llorando frases. Necesito recuperar mis ojos para poder seguir mirando al frente y comprobar si es cierto que el mundo no ha dejado de girar.
 
 

domingo, 28 de julio de 2013

De cuando te rompen el corazón y empiezas a escribir un nuevo blog


 
 
 
Hay veces en las que te rompen el corazón en mil pedazos (trozo arriba, trozo abajo). Eso es malo, es evidente, pero lo peor llega en el momento en el que intentas volver a recomponer esos pedacitos y te das cuenta de que algunos se han perdido y otros, sencillamente, ya no encajan. En otras ocasiones se da la situación siguiente: tienes todas las piezas, encajan, pero la forma resultante de la yuxtaposición de las mismas ya no es la de un corazón, sino la de una vaca tibetana, si es que eso tiene sentido.

A mi me han roto el corazón. Realmente no sé en qué estadio del proceso de recomposición me encuentro. Tal vez, incluso, peque de optimismo al dar por sentado que estoy en fase de recuperación, pero vamos a dar por bueno el hecho de que desde la eclosión coronaria no se puede ir a peor, con lo cual a partir de entonces, todo es ya regeneración y mejora. Lenta, si se quiere, pero mejora al fin y al cabo.

Pues bien, quisiera tener el dudoso honor de presentar mi nuevo blog, en el que, a modo de vertedero, iré arrojando toda la materia dolorosa y tejido inerte resultante del proceso de sanación y depuración al que pretendo someter a mi nuevo corazón con forma de vaca tibetana, si es que, como anteriormente apuntaba, eso existe.

Hasta ahora, en mi blog “quemecuento”, he empleado el sentido del humor como vehículo para expresar y dar rienda suelta a mi aletargada y, en ocasiones, perezosa creatividad. Dicen que hacer reír es mucho más difícil que hacer llorar. No lo sé. Es posible. Sin embargo, imagino que hacer llorar de risa será más complicado todavía. Por no hablar de hacer reír de llanto, que debe de ser la leche (de vaca tibetana, obviamente).

En mi nuevo blog “Meine leere Regale” tendrá cabida todo. Humor, llanto, humor, creo que no me dejo nada… ¡Ah!, por cierto, “Meine leere Regale” significa “Mis estanterías vacías” en alemán, idioma en el que por razones de subsistencia me debo desenvolver en estos momentos en mi día a día. La elección del nombre no es casual. Para mi la estantería vacía es una metáfora que describe de manera bastante gráfica cómo se siente uno cuando, con el corazón roto, se ve obligado a emigrar para ganarse la vida en otro país. La estantería vacía simboliza el hueco que lo invade todo. O casi todo. Pero al mismo tiempo significa la promesa de una esperanza, la promesa de un espacio en el que los “libros” que conforman nuestra vida irán encontrando su sitio y acomodo.

El primer paso está dado.