Una vez (tal vez dos, a
lo sumo tres) escuché decir que lo único constante es el cambio. No
recuerdo bien dónde, ni a quién. No sé si fue Aristóteles el que
lo dijo por vez primera, pero lo que sí puedo afirmar es que a él
no se lo oí pronunciar directamente. De eso estoy casi seguro. Es
más, diría que me enteré a través de terceras personas. Supongo
que debió de ser en el instituto o en algún bar, que son los sitios
donde se aprenden este tipo de cosas.
En realidad hoy no tenía
la menor intención de hablar de filósofos griegos, materia de la
que por otra parte no tengo gran idea, ni de bares (qué lugares)
españoles, cuestión en la que estoy algo más impuesto, y donde el
saber (y el sabor) se ingiere en vasos de a un tercio, mientras se
practica la barra fija o el baile introspectivo, facetas de las que
en próximas ocasiones quizás llegue a contaros algo más.
Hoy quería hablar de
ciclos y cambios, y para ello pensé que sería muy apropiada la
imagen de una bicicleta. No se me ocurre mejor forma de ilustrar el
momento vital por el que atravieso que con esta bicicleta que sostiene
una pared. Todo en la imagen evoca al cambio. El otoño, y con él
el paso del tiempo, sugerido a través de la coloración de las
hojas. Las ruedas que giran sobre sí mismas y a su vez permiten el
movimiento de quien conduce. E incluso la propia pared del edificio,
que ya va pidiendo a gritos un cambio de look.
La cuestión es que,
entrando de una puta vez en materia, resulta que nos mudamos. Pero no
en diciembre, como preveíamos, sino más bien YA. En un par de días,
o sea tres, para ser más precisos. Hemos acabado una etapa y
empezamos otra. Llegamos aquí hace cinco meses, arrastrando una
maleta cargada de sueños, entusiasmo y esperanzas (y muchas horas de
aprendizaje de alemán, eso creo que hay que decirlo). Durante estos
meses hemos habitado una buhardilla doblemente abuhardillada, que
ahora, al mirar alrededor y observarla con los ojos de quien
contempla parte de su pasado inmediato, tomo conciencia de que el
sacrificio y las renuncias por las que hemos tenido que transitar
empiezan a dar su fruto. Un fruto pequeño, si se quiere, que de
momento no es más que simiente, pero que a buen seguro acabará
floreciendo.
Sois muchos a los que
sigo echando muchísimo de menos. Mis amigos, mi familia, mi
Paula. Cada vez que escribo, mis dedos lloran las palabras que leéis.
Dentro de un mes y cuatro semanas nos veremos de nuevo. Mientras
tanto, si no os importa, os llevo conmigo a nuestro nuevo hogar.
Es pequeño, pero muy acogedor.