Hoy se ha despertado el
día con el color de las despedidas. Curiosamente hoy hace
exactamente tres meses que este lugar nos dio su particular
bienvenida, obsequiándonos con otra fría y gris mañana, allá por
el mes de mayo. Llegamos casi sin hacer ruido, cargados con una
maleta llena de sueños e ilusiones como único equipaje (más no se
permite en las líneas aéreas de bajo coste). Hoy, tres meses
después y echando la vista atrás, tomo conciencia de lo difícil
que resultó llegar hasta ese punto de partida. Y que sin embargo,
las complicaciones reales empezaron sólo entonces, en el preciso
instante en que como inmigrantes pusimos el pie en este lugar. Pero
de estas cuestiones tal vez hable en otra ocasión.
Hoy simplemente quería
decir que después de estos tres meses sigo echando muchísimo de
menos todo lo que he dejado atrás en España, pero por encima de
todo añoro a mi pequeña. A mi Paula. Que no pasa un solo día sin
que me acuerde de ella y que, en ocasiones, sin saber muy bien cómo,
me percato de que agua salada brota a través de mis ojos con la
misma facilidad con la que su recuerdo recala en mi mente. Reconozco
que no me hallo en condiciones de dar una respuesta racional al
título que planteo. Es más, casi me atrevería a afirmar que no se
puede echar de menos sin sentir dolor. Sin algo de dolor, en cualquier caso.
Quizás la alternativa sea el olvido, aunque ese es un camino que no
estoy dispuesto a recorrer.
Desde esta buhardilla
doblemente abuhardillada en la que por el momento habito, quiero
hacerle llegar todo el amor y el cariño que un padre puede sentir
por su hija. Ella sabe que es así, y del mismo modo, sé que ella
también se acuerda mucho de mí, a pesar de que no quiera
comunicarse conmigo. Sé que no soporta verme triste y por tal motivo
ha optado por hacer como que no existo.
Pero Paula, deberías
saber que el dolor, igual que la energía, no se crea ni se destruye,
sino que se transforma. Desde luego, tratar de hacer como que no está
presente no lo remedia y, ni mucho menos, lo elimina. En todo caso,
se acaba convirtiendo en rencor y en odio. En un rencor que se va
acumulando y en un odio que acarrearás sobre tu espalda sin razón.
Aunque no lo creas, el rencor y el odio no son “mejores” que el
dolor de la nostalgia. Ojalá algún día, cuando crezcas un poco
más, puedas comprenderlo. No te he abandonado, hija. No estoy aquí
como consecuencia de una decisión tomada libremente. Estoy aquí,
forzado por las circunstancias, tratando de ganarme la vida porque en
España no podía hacerlo. Es así de simple, y así de duro. No
espero que lo comprendas hoy. Ni tampoco mañana. Sólo cuando estés
preparada para hacerlo, ni antes ni después. Entonces, papá seguirá
siendo papá, el mismo que te contaba los cuentos en los que tú eras
la protagonista. Hoy no es que haga precisamente un “Mundía”
(esta palabra es de Paula), pero seguro que mañana volverá a
brillar el sol.
Decirte dos cosas, Miguel, una buena y una mala.
ResponderEliminarLa mala, que la adolescencia es muy complicada. Dejas de jugar con juguetes y pasas a jugar con la mente, y surgen obsesiones, manias, envidias, complejos... Que nunca antes existieron. Adquieren una personalidad muy singular que a veces choca con la de los padres. Como decia Gomaespuma "los adolescentes son hormonas con patas".
La buena, que es una etapa transitoria y breve, aunque no lo parezca mientras se pasa. Y que igual que surgio, toda esa vision subjetiva (y distorsionada) de la realidad, desaparecerá.
Y esto lo sabemos todos los que la hemos pasado, como tu y yo.
Es solo cuestion de tiempo. Para que se de cuenta el pedazo de padre que tiene y de todo lo que estas haciendo por ella. Solamente tienes que seguir queriendola, tantisimo como siempre la has querido. Seguro que pronto, todo ese amor tambien te sera correspondido.
Un abrazo y mucho animo.
Mis versos hablan sobre la huída hacia algo desconocido pero mejor... Espero te ayuden o, cuanto menos, reconforten.
ResponderEliminarhttp://mirinconimaginado.blogspot.com.es/2013/09/huida.html