Esta
historia que os voy a contar es la mía. O mejor dicho, la nuestra.
Vamos, la de mi familia. Como tantas otras que he escuchado a lo
largo de estos últimos meses, no habla de ni de grandes gestas, ni
de magnas hazañas. En ella no aparecen intrépidos protagonistas que
derrotan a legendarios dragones, ni príncipes que se baten en duelo
con abyectos villanos, jugándose el pescuezo para rescatar princesas
durmientes o dormidas, que para el caso, lo mismo es. No negaré que,
a mi parecer, algo de heroico contienen estas páginas. Todo lo
heroico que pueda suponer seguir luchando en la batalla del día a
día. Todo lo osado que pueda resultar no rendirse jamás ante la
adversidad, y todo lo delirantemente hermoso que subyace en el hecho
de aprovechar cada bache en el camino, cada desafortunada caída o
cada lamentable accidente, para respirar hondo, tomar impulso y
levantarse con más empeño y toda la determinación de seguir
adelante sin echar la vista atrás. Bueno, en todo caso quizás
mirando de vez en cuando, pero siempre a través del retrovisor. Todo
esto y más lo podréis descubrir y juzgar vosotros mismos más
adelante. Para ello os invito a que sigáis leyendo.
Todo
empezó hace mucho, mucho tiempo. Primero fue el Big Bang, y luego
hubo algo que los científicos convinieron en llamar "Sopa
Primigenia", a la que apenas existen probabilidades de que
denominaran de ese modo por el asombroso parecido que hubiere
presentado con un nutritivo caldo que acostumbrase a guisar una tal
"prima Eugenia" de alguno de los científicos presentes en
aquel entonces. Pero como no me quiero desviar del asunto que nos
ocupa y dado
que la historia que pretendo narrar no data del Pleistoceno, sino que
más bien se enmarca dentro de un período bastante más reciente,
vamos a adelantar unos cientos de miles de millones de años para
centrar un poquito más el tema. Comencemos pues, esta vez ya sí.
2012 y 2013 no son precisamente
años que se van a recordar con especial cariño en el seno de
nuestra familia. Mi padre solía decir aquello de "cuando la
fortuna te dé la espalda, aprovecha para darle una colleja".
Pues bien, se ve que durante esos años la fortuna debió de haberse
puesto un collarín de acero. Con pinchos. Todo marchaba realmente
mal, y el futuro se perfilaba de un color negro azabache oscuro,
bastante más oscuro todavía que el negro azabache claro. Un día
llegó papá a casa y empezó a discutir, como de costumbre, con
mamá. Tardó apenas algunos minutos en comprender que ella no
estaba. Esperó a que mamá llegase, y entonces inició otra
discusión, diferente pero igualmente apasionada a la que había
protagonizado en solitario. Os aseguro que estuvo mucho más
convincente y brillante en su primera intervención, pues su oratoria
es más fresca y fluida cuando no sufre las constantes interrupciones
propias de un diálogo. A papá le gusta tener razón. Y eso no
tendría por qué ser un problema si a mamá no le gustase
exactamente lo mismo tanto como a él. Son así. Yo creo que en el
fondo lo que les pierde no es saber que tienen la razón (ambos están
convencidos de que así es), sino que por encima de todo, lo que les
entusiasma es que el otro se la dé. Tengo la sensación de que lo
practican a modo de deporte. Y son muy buenos. Realmente, si hubiera
una competición de discutir, serían campeones seguro.
El caso es que papá dijo que la
situación económica y laboral era malísima y que la única
solución que contemplaba era la de emprender el camino de la
inmigración hacia Alemania o Suiza, aunque para ello fuera
imprescindible aprender previamente alemán. Papá aseguró que iba a
aprender alemán en unos meses. Y cuando papá promete que va a hacer
algo, lo hace. O al menos eso dice él. Y en parte es verdad, porque
una vez decidió que iba a dejar de fumar y lo consiguió. Pero por
otro lado, hace meses que no deja de decir que va a llevar a mamá a
IKEA, y eso todavía no ha sucedido. A veces creo que papá es un ser
tremendamente complejo y contradictorio, pero sé que si se lo dijera
se sentiría muy orgulloso de mí y a la vez sumamente halagado.
Además, seguro que aprovecharía la ocasión para contarme una
historia sobre la complejidad y dicotomía polar del ser humano, con
datos, estadísticas, y montones de argumentos demoledores y
convincentes. Y eso es algo que no lo quisiera yo de momento por nada
del mundo.
Mamá se quedó durante unos
instantes sin palabras, cosa muy inusual en ella. De hecho, papá se
preocupó muchísimo, pues según él, el día que mamá no diga nada
será el principio del fin del mundo. Aunque yo creo que cuando dice
eso emplea de manera algo zafia y poco sutil la ironía. Al cabo de
unos minutos, cuando mamá recuperó el habla y por fin la discusión
pudo seguir su curso natural, mamá puso el grito en el cielo al
interpretar erróneamente, tal vez presa de los nervios y la
angustia, que Suiza quedaba enclavada en la península de
Escandinavia, entre Noruega y Finlandia. A mamá es que le preocupa
muchísimo pasar frío, casi tanto o más que meter la cabeza debajo
del agua. Pero éste es un tema del que ya hablaremos en otra
ocasión, si es que procede. Tras subsanar el malentendido y
localizar en un mapa de Europa la ubicación exacta de Suiza, mamá
se tranquilizó un poco, aunque no del todo, pues aprender alemán
era una idea que no terminaba de ver de un modo, digamos, tentador.
Pasaron unos pocos meses. Papá
cumplió (esta vez sí) su promesa, y con su alemán de andar por
casa se dedicó a enviar currículums, cartas de presentación y
dossiers con su trabajo realizado a cientos de empresas que ofrecían
puestos de empleo tanto en Suiza como en Alemania, postulándose como
candidato a ocupar los mismos. La verdad es que papá no lo reconoce
con facilidad (mejor dicho, papá no reconoce nada, ni con facilidad
ni sin ella), pero aprender alemán como lo hizo, es decir, de manera
autodidacta, en casa, y en tan poco tiempo, le sentó muy pero que
muy bien, tanto para mantener la cabeza ocupada y alejada de las
innumerables preocupaciones que en aquel momento lo atormentaban,
como sobre todo para recuperar su ya algo deteriorada autoestima.
Durante este tiempo de impás, incertidumbre y zozobra, hablaron
muchas veces largo y tendido sobre lo absurdo y penoso de una
situación tal que estaba obligando a gente preparada como ellos, con
estudios superiores, titulación universitaria, y una gran
experiencia laboral a abandonar su casa, su tierra y a su gente, en
busca de un nuevo hogar, lejos de todo aquello a lo que pertenecían
y de todo lo que consideraban como propio y cotidiano. Pero como dice
papá, no elegimos aquello que nos toca vivir, pero sí el modo de
afrontarlo. Por mucho que eso lo haya debido de escuchar en cualquier
película o leído en algún libro y lo quiera hacer pasar como suyo,
la verdad es que no deja de ser menos cierto. Eso hay que
reconocerlo.
El caso es que, a finales de
abril de 2013, y tras haber recibido un montón de respuestas
negativas, papá descubrió que desde una de las empresas a las que
había enviado su candidatura mostraban un cierto interés en
conocerle. Es poco frecuente en papá, pero incluso él admite que
debió de leer el e-mail varias veces para cerciorarse de que lo que
ponía era lo que realmente creía que ponía. Cuando se hubo
asegurado bien, se serenó y entonces se lo dijo a mamá. A mamá le
costó más volver a mantener la calma, tras haberla perdido al
recibir la noticia. Mamá es mucho más eufórica y expresiva que
papá. O por lo menos se le nota más. Sencillamente creo que se deja
llevar más por sus emociones y vive todo con más intensidad, lo
bueno tanto como lo malo. A papá eso parece sacarle un poco de
quicio, pero en el fondo debe de tratarse de una especie de envidia
sana, o a lo mejor no tan sana para él. Yo, la verdad es que tanto,
tanto, no puedo saber.
Papá tuvo una entrevista a
través de skype, de la cuál sacó en claro varios puntos. Primero:
que estaba capacitado para mantener una conversación medianamente
fluida en alemán. Segundo: que le pareció entender que querían
conocerle personalmente, para lo cual debía viajar en el plazo de
una semana a Suiza. Tercero: que el esfuerzo y el sacrificio que
había estado haciendo empezaba a dar su fruto.
Papá no se lo pensó mucho, cosa
extraña en él. La verdad es que no había mucho sobre lo que
meditar. Era apostar a todo o nada. Tanto el vuelo como el
alojamiento durante una semana iban a resultar caros, máxime
teniendo en cuenta que no le habían garantizado en ningún momento
que el puesto de trabajo fuese a ser suyo, pero ¿qué otra cosa
podía hacer? Al cabo de unos pocos días se presentó en la sede de
la empresa. Allí se reunió con gente, visitó las instalaciones,
estuvo algún tiempo siendo instruido para el posible puesto de
trabajo que debía desempeñar, y por qué no decirlo, aprovechó
para hacer algo de turismo por los alrededores, disfrutando tanto de
la belleza del paisaje como de la bondad del clima primaveral de la
zona.
Papá regresó a casa sin tener
la certeza de si había sido seleccionado para el puesto o no. Pero
se le notaba con un ánimo distinto al de los últimos años, como
con algo más de confianza en sí mismo y seguro de que si no era
ésta, muy pronto encontraría y aprovecharía otra oportunidad. La
cuestión es que tanto el destino como su jefe (tiendo a pensar que
fue más cosa de su jefe que del destino, aunque cada uno que crea lo
que prefiera) quisieron que nuestra suerte alcanzara un punto de
inflexión y que empezase a cambiar de una vez, obvia y deseablemente
para mejor.
Desde finales de mayo de 2013 mi
familia se trasladó al lugar donde actualmente residimos. A
Güttingen, en el cantón de Thurgau (Suiza), justo a la orilla del
Bodensee. Mamá y papá siguen discutiendo como auténticos
campeones, en eso no han cambiado un ápice. Pero ahora papá hace
reír mucho a mamá. Papá tiene esa habilidad. Inventa personajes y
les da vida para gran disfrute y regocijo de mamá. Me siento muy
bien cuando escucho y noto su risa. Y mamá tiene entre otras, una
gran virtud. La de cuidar de papá.
Sé que ambos se han esforzado al
máximo para darme la posibilidad de tener una vida mejor. Sé que
ambos han renunciado a muchos sueños que persiguieron y pelearon
durante años para poder disfrutar de una mínima estabilidad. Papá
ha dejado el camino sembrado de dolor al tener que apartarse de
Paula, su hija, mi hermanita mayor que vive en España y a la que
tanto echo de menos. También ha renunciado a su profesión de
arquitecto, que con tantísimo esfuerzo consiguió ejercer. Mamá
también deja atrás mucho: su pasión, su trabajo y una parte
fundamental de su vida, la psicología, que con todo el cariño del
mundo desarrolló en el pasado y que ahora tanto añora.
Seguramente os habrá llamado la
atención el hecho de que durante todo este tiempo haya estado
hablado de papá y mamá, y sin embargo sobre mí no haya dicho ni
una sola palabra. Esto tiene una explicación muy sencilla. Resulta
que todavía no he nacido, está previsto que lo haga para finales de
junio. De hecho, hasta hace un par de días, mamá y papá no sabían
todavía si sería chico o chica. Pues bien, mi nombre es Sara y soy
fruto del amor y de la fuerza de voluntad de mis padres. Yo me quedo
con su ejemplo, el que me están dando antes de nacer. Su esfuerzo,
su amor y su no rendirse nunca son un valioso legado que desde ya me
pertenece. Nos vemos pronto.